ejercicio inconcluso
Qué violación esta, que alguien llegue a tu casa y haga un desbarajuste. A mí, mi mamá me enseñó que si entro en una casa nueva no estorbo, es más, ofrezco la mano. ¿Necesita alguien que lave los trastes o que le ayude a picar algún ingrediente para la cena? Y la mano alzada, participación exhaustiva. Agradecimiento absoluto por permitirme entrar a tu casa. Casa que puede ser mil cosas; chica, grande. Casa ostentosa o con agujeros en el techo. Casa que huele a velas de canela o casa que huele a los meados del inquilino animal, casi siempre perro, pero a veces gato. Una persona buena permite la entrada. Una persona buena respeta el espacio. La violación a la norma es imperdonable. Imperdonable. Pero sí a veces sí, alguien rompe este tratado silencioso.
Llegué a este pueblo por una fuerza más grande. Toqué puertas con esmero y solo se asomaron por las rendijas, casi como esperando que tuviera una pistola en la espalda. Una chica pasó a mi lado y me dijo: Aquí nadie abre la puerta, señora, si necesita algo vaya a la casa de la presidenta. Y me señaló una casona al final del camino, muy grande y muy oscura. Agradecí el gesto y mis pies adoloridos continuaron el recorrido. El cielo, gris, indicaba que pronto iniciaría. Fue la última vez que toqué una puerta. Me recibió una mujer grande, de brazos anchos y caderas amplias, pensé inmediatamente en mi madre: tus caderas no pueden con un hijo, niña, tu cuerpo no es el de una mujer. Me sonreía como si tuviera mucho qué decir. Pasa, pasa, ¿quién eres? Yo conozco a mis muchachas, tú no eres de aquí.
No me moví de la entrada. Espere a que terminara de cerrar la puerta. Adentro, el ambiente era cálido y tibio. En algunos momentos tendría que quitarme la chamarra inmensa que me cubría del invierno. Largo invierno. Pero aún no. Aún no sabía qué reacción tendría. Mi madre me había enseñado que, al llegar a una casa ajena, uno tiene que ser guiado por el anfitrión. No te mueves hasta que se mueva. No tocas nada si no te invitan a tocarlo. ¿Quieres ser una ladrona?
La mujer me guío hacia su oficina. Qué hermosa casa, le dije. Había tapetes marrones, jarrones altos y todos los muebles eran de madera. Un lujo ahora. Yo jamás he tenido casa, en la casa de mi madre también siempre fui una extraña. ¿Sí? Gracias, pertenece a mi linaje familiar. Pero bueno, llegas en mal momento niña, ¿sabes que esta noche inicia?
Todas saben. Asiento. Fue forzoso. Nadie entiende bien qué pasa. No tengo opciones, comienza a bajarme sudor por el rostro. ¿Qué tienes debajo de ese abrigo? La pregunta va cargada de amenaza. De repente soy un riesgo potencial, pero soy buena. Si algo me enseñó mi madre es que no soy una huésped mala. En mi única casa, mi cuerpo, hay un inquilino que desbarata todo lo que soy. Comencé a desabrochar lentamente el abrigo. Distingo que la presidenta se mueve, pero no hago caso. Cuando me descubro escucho un sonido extraño de su boca. Sorpresa.
Imposible. Pero no lo es, no lo es. Yo conozco a un hombre. Mi mamá lo dejo entrar en la casa. Ella rompió el tratado.
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